En el mundo de la ventana
todo acontecía con la máxima normalidad. El honorable señor Rodríguez compraba
el pan, ah sí, uno con diez por favor, y en eso que le da dos y la señora
panadera no tiene cambio. ¿Pero qué clase de panadera no dispone de ese cambio?
El joven ayudaba a la anciana a cruzar la calle, muchas gracias joven aunque yo
sola ya podría apañarme, mi nieto era igual que tú… El señor Rodríguez sondeaba
las alternativas, los bollos algo más caros, el apetitoso roscón. Pero la
despiadada matemática le jugaba en contra casi tanto como la panadera sin
cambio. ¿Pues no que el joven chaval era casi más lento que la anciana? Tú lo
que quieres es que te de alguna propina, no me engañes, que los jóvenes de hoy
en día ya no ayudan a la gente mayor, solo mi nieto lo hacía y ya ves cómo
acabó… El señor Rodríguez propuso llevarse una segunda barra de pan pero la
panadera se negó a fiarle ese 10% faltante. El joven chaval quedó tan distraído
con la verborrea de la vieja que no vio el camión que se le aproximaba y le
arrolló con violencia, muchas gracias por todo joven, dale saludos a mi nieto,
espetó la vieja desde la otra acera. El señor Rodríguez, que ya había
desenfundado su escopeta ante la cruel panadera, la cosió a perdigones, pero eso sí, dejó el pan
donde estaba porque ni quería pagar dos por el pan ni tampoco llevárselo sin
pagar, faltaría más. En el mundo de la ventana las leyes funcionaban inexorablemente, de forma horrible. El observador se
hizo un bocadillo de camiones para cenar, se rompió todos los dientes mientras
lo devoraba, y finalmente quedó dormido en la cama de su prisión.
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