lunes, 23 de abril de 2018

Mundos de grafito

De entre todos los mundos interesantes en los que podría haber aterrizado, y aquí sólo hay un cuaderno y un lápiz. Estoy sentado en una especie de escritorio, muy similar al que tengo en mi habitación. A mi alrededor, nada. Está bien, es de noche y tengo los ojos cerrados, pero no me parece que eso justifique un escenario tan soso. Me he acostado pensando en chicas guapas, paisajes espectaculares y coches a gran velocidad. ¿Y qué me encuentro? Un cuaderno que me observa, que me inquiere. Siento su expectación, su mirada recién nacida que llora al empezar a sospechar un mundo inabarcable. ¿Cómo es esto posible? Supongo que al fin y al cabo en este mundo existen ciertas leyes propias. ¡No iba a ser todo igual! Mi mente bulle, ya no es la misma que se fue a dormir pronto para disfrutar de un falso despertar. Las palabras fluyen por mis venas a una velocidad casi incómoda, no hay duda, quieren salir. ¿Acaso tengo alternativa? Mi mano derecha agarra el lápiz, como el caballero cogería la espada al darse cuenta de que no hay otra salida más que la lucha. Paradójicamente, cierro los ojos de nuevo. Y escribo. ¿El qué? No es tan fácil ser dueño de lo que uno escribe. Sólo escribo. Sin pensar, sin planear, sin poder parar. Y en el mundo vacío de mi alrededor aparecen colores, mujeres tan hermosas que harían perder el conocimiento, lugares que sólo parecerían posibles en un sueño y coches casi tan veloces como la mente del escritor en plena explosión. Creo que ya empiezo a entenderlo, soñando viajas a los lugares que escribes y escribiendo viajas a los lugares que sueñas. Tal vez no esté tan mal este lugar. Es una lástima no poder quedarme mucho tiempo, pues cuando mi escritor despierte yo seguiré viajando como un personaje más de sus novelas.