He oído decir alguna vez que la vida es como una partida de
ajedrez, en la que tus decisiones te llevarán por uno u otro camino en función
de si han sido buenas o malas. Permitidme la divagación metafórica, pero más
bien creo que es como si fueran muchas partidas juntas. Una especie de simultánea,
en la que un jugador tiene muchas partidas por atender y ello dificulta en gran
medida focalizarlas individualmente. A menudo, ganar unas partidas casi implica
perder otras (a menos que seas un genio del ajedrez). Y muchas veces debes
decidir cuáles te parecen más importantes, o, más difícil aún, si centrar tus
energías en ganar las partidas en las que tienes ventaja o dedicarlas a salvar aquellas
en las que tienes desventaja.
Lo único que tengo claro, y que he aprendido en todos mis años
jugando al ajedrez, es que tienes que realizar un movimiento. Si no lo haces, se
te agota el tiempo y pierdes. No importa que el movimiento sea mejor o peor;
siempre será mucho mejor que no realizar ningún movimiento (pues de no hacerlo
la probabilidad de perder es máxima). En la vida pasa algo parecido, y me
perdonaréis la enorme divagación. Constantemente tienes que tomar decisiones.
El no hacerlo puede conducir a una de las cosas que, personalmente, más miedo
me da en la vida: darme cuenta, algún día, de que he perdido por tiempo. De que
mi tiempo ha llegado a cero y ya no estoy a tiempo de salvar la posición, por
muy buenas jugadas que se me ocurran en ese momento.
Ya he perdido partidas. Y he ganado otras. Y muchísimas
otras, las estoy jugando todavía. Puede que incluso, sin yo saberlo aún, pueda
salvar algunas partidas que estoy dando erróneamente por perdidas. Constantemente
me preguntaré cómo sería mi vida si en tal o cual momento me hubiese atrevido a realizar una jugada. Si me hubiese atrevido a mover, aún arriesgándome a
cometer un error. Pues estoy convencido de que en muchas facetas de la vida es
preferible cometer un grave error (yo qué sé, perdiendo una torre o un caballo
tal vez) que ver como tu tiempo se agota y pierdes sin siquiera tener la oportunidad
de arriesgarte.
Algunas partidas acaban. A veces, te dan la revancha. Otras,
quizá no. Otras partidas aún están por comenzar. Hagas lo que hagas, no olvides
que el reloj está en marcha. Y es tu turno. Mueve.